Hoy ha sido un día mucho más cultural que ayer, desde diferentes puntos de vista. Pero antes de nada comento el tema de la comida brevemente. Si bien es cierto que en Japón se puede comer por un precio ridículo, puesto que hay menús que oscilan desde los 500 a los 1500¥, también es cierto que si no vas a un restaurante de mesa es muy poco probable que te sirvan postre. En mi caso, he de reconocer que la obsesión por la fruta es algo fuera de lo normal. ¿Alguien se acuerda del anuncio de La Casera? Pues se queda corto, lo reconozco.
El caso es que al lado de “mi casa” hay un supermercado bastante majo y además pequeñas fruterías que parecen ser familiares. Así que, sin más dilación, compré ayer mismo kiwis, fresas y mandarinas. Los precios fueron los siguientes:
Pack de Kiwis (alrededor de unas 7/8 piezas) - 480¥ (aproximadamente 3€)
Pack de Fresas (creo que son 30 en total de tamaño medio) - 600¥ (aproximadamente 4€)
Pack de Mandarinas (alrededor de unas 10 piezas) - 680¥ (aproximadamente 4,40€)
Como podéis vosotros mismos comprobar, el precio de la fruta es casi de artículo de lujo en comparación con los precios españoles, pese a que la calidad del producto es muy buena (os lo aseguro). Eso sí, ciertos documentales que he visto exageran diciendo que una sandía se acerca a los cien euros. Y ya que estamos comentar que la leche es, normalmente, fresca y no, es decir, que hay que consumirla en poco tiempo para que no se eche a perder y el precio ronda los 300¥ el litro, es decir, se acerca a los 2€ o los sobrepasa.
Bueno, hecho este apunte, pasamos a la crónica de una jornada que se ha vuelto a caracterizar por otra caminata. Por la mañana tenía un plan ya fijado, visitar el Tokyo National Museum situado en Ueno, una zona en la que, por primera vez he visto a bastantes sin techo muy al estilo del manga Homunculus, pero actúan con total normalidad, la verdad. Creo que, desgraciadamente, no hay país que se libre de dicha situación.
Nada más salir de la boca del metro te encuentras una zona obrera y no tan, si se me permite la expresión, elitista. Aunque al final he visto gente de todo tipo de condición social y, si me apuran ustedes, económica. De hecho, por ver, hasta me he topado con un grupo indio callejero (hay uno en Palma de Mallorca, por ejemplo) cantando en español y los japoneses que pasaban por la zona los observaban con todo tipo de semblantes faciales: incredulidad, admiración e, incluso, desprecio (aclaro que ésta última reacción provenía de un grupo de sin techo que, muy a su pesar, no eran capaces de proseguir con su placentero descanso matinal). Obviamente, mucho me temo que nadie, salvo un servidor, entendía una palabra de lo que cantaban. No sé si las ventas les acompañan, la verdad.
A todo esto, llegas al cabo de un par de minutos al parque de Ueno, donde se pueden encontrar todo tipo de museos, aparte de parque en sí que he de decir que está impoluto, cualidad extrapolable a todas y cada una de las zonas que he visitado. The Ueno Royal Museum, National Art Museum o The National Museum of Western Art son algunos de otros tantos que podemos visitar en esta zona.
Además hay una serie de santuarios como el Toshogu Shrine e incluso una magnífica pagoda de cinco pisos. No sé si es costumbre o no, hoy había una pequeña feria a la entrada del Tokyo National Museum. Muchos puestos ambulantes con copas de sake a 100¥ para entrar en calor (se me olvidaba, día espléndido, pero por la mañana y por la noche el viento que corría era mortal de necesidad) o takoyaki a 500¥ (comida en forma de albóndigas típica de la zona de Kansai que contiene como ingrediente principal el pulpo y que personalmente adoro). No he querido ser polémico, pero había puestos que apoyaban la candidatura olímpica de Tokyo para el 2016 (¡ay, principito, principito!).
El museo en sí es de lo más completo, cubriendo todas las facetas artísticas, aunque la que más me interesa siempre es la pintura y, en este caso particular, Katsuhika Hokusai. Desgraciadamente su obra está desperdigada a los cuatro vientos y para ver sus cuadros más famosos estás obligado a recorrer bastante geografía japonesa. No obstante, los integrantes de la colección permanente eran magníficos. Por otro lado, se celebraba el setenta aniversario de la Yomei Bunko Foundation y hasta finales de febrero hay una exposición especial de la familia Konoe. Interesante, sin más, pero estaba abarrotada de japoneses intentando descifrar los kanjis escritos hace siglos. Algo de lo que me he reído al principio, pero que he acabado también haciendo al final. Creo que me han ganado.
Al lado de Ueno está la zona de rebajas bestiales Ameyoko. Y digo bestiales porque alguien había pulsado el botón de “a ver quién grita más para atraer a clientes”. Sin duda, la palma se la ha llevado un señor con traje y corbata que encima de su propio stand (¡de cristal!) y con artículos de joyería gritaba sin parar en intervalos de más de cinco minutos, pese al desapacible clima. Realmente entretenida la zona, con precios en las tiendas de ropa realmente competitivos. A todo esto, una chica japonesa me ha llegado a preguntar si sabía dónde estaba tal calle. El mundo al revés.
Ya entrada la tarde me he dirigido a la zona repleta de librerías de segunda mano, Kanda Second-han books Area, en Jimbocho, a apenas diez minutos de Akihabara. La verdad es que ha sido una lástima puesto que el viento ha hecho que haya poca gente por la zona y las tiendas se veían algo desangeladas, así que lo he dejado correr para otro día. No obstante, antes de volver al “hogar dulce hogar” me realizado una fugaz visita a Akihabara, zona a la que dedicaré una entrada más adelante, pero que es zona de obligado paso para todos aquellos amantes de la electrónica, los mangas y los videojuegos.